Cuando miro atrás, me doy cuenta de que muchas de las decisiones que tomé en mi vida no fueron realmente mías. Crecí, como todos, rodeado de ideas y creencias que absorbí sin cuestionarlas. En la infancia, nuestra mente es como una esponja que todo lo retiene.
Durante los primeros siete años de vida, nuestra percepción del mundo se forma a partir de lo que escuchamos, lo que nos dicen, lo que vemos en casa, en la escuela, en la sociedad. No tenemos filtros, no cuestionamos nada. Si un niño escucha constantemente frases como “el dinero es sucio”, “el amor es sufrimiento”, “no eres lo suficientemente bueno”, esas ideas se instalan en su subconsciente como verdades absolutas.
Sin darse cuenta, ese niño se convierte en adulto con un mapa mental lleno de limitaciones que no son suyas, sino heredadas. Y lo más curioso es que, aunque nuestra vida cambia, seguimos repitiendo los mismos patrones sin saber por qué.
Jung decía que lo que no hacemos consciente se manifiesta en nuestra vida como destino. Rudolf Steiner hablaba de cómo los primeros años de vida son determinantes para la estructura emocional y psicológica de una persona. Pero, ¿qué ocurre cuando seguimos viviendo bajo esas creencias sin cuestionarlas?
Ocurre que nos quedamos atrapados en un ciclo repetitivo, como niños que nunca terminan de crecer emocionalmente. Seguimos creyendo que no merecemos el éxito, que el amor siempre duele, que la vida es difícil. Y sin darnos cuenta, tomamos decisiones que refuerzan esas creencias, como si inconscientemente quisiéramos comprobar que son ciertas.
Un niño que crece escuchando “hay que sacrificarse para ganar dinero” se convierte en un adulto que se obsesiona con el trabajo y no sabe disfrutar. Otro que escucha “siempre te equivocas” vive con un miedo paralizante a tomar decisiones. Así, lo que pensamos de nosotros mismos se convierte en una profecía que se cumple.
La mente es como un jardín. Si desde pequeños nos sembraron pensamientos de carencia, de culpa o de miedo, esas semillas seguirán germinando en nuestra vida adulta hasta que decidamos arrancarlas de raíz. Pero para hacerlo, primero hay que darnos cuenta de que están ahí.
Lo sé por experiencia propia. Durante mucho tiempo, una de mis creencias limitantes más arraigadas era que yo no servía para hablar en público. Me convencí de que no tenía la capacidad de expresarme con claridad frente a otras personas, que mi personalidad introvertida no encajaba con el mundo de la enseñanza o la comunicación. Recuerdo cómo me ponía nervioso ante la sola idea de dar una charla o de hablarle a una cámara para grabar un video. Pensaba que no tenía “el don” que parecía natural en otras personas. Y como mi mente estaba programada para creer eso, cualquier intento de hacerlo reforzaba mi inseguridad.
Hasta que un día me di cuenta de que no era que no pudiera hacerlo, sino que simplemente nunca lo había intentado en serio. Me di cuenta de que cada persona que parece “natural” en algo ha pasado por un proceso de aprendizaje. Decidí enfrentar ese miedo de manera consciente y comencé a practicar. Al principio me temblaba la voz, me sentía incómodo, me costaba encontrar las palabras. Pero con el tiempo, con la repetición y con pequeños ajustes, hablar en público dejó de ser una tortura y empezó a fluir con naturalidad. No porque haya nacido con esa habilidad, sino porque decidí dejar de alimentar la excusa de que no era capaz. Hoy, después de haber dado charlas, talleres y tener un canal de YouTube con miles de personas que me siguen, me doy cuenta de que lo único que me detenía era la historia que me contaba a mí mismo.
Louise Hay enseñaba un ejercicio simple pero poderoso para deshacernos de estas creencias: preguntarnos quién seríamos sin ese pensamiento. La mayoría de las veces vivimos con un diálogo interno que nos limita sin darnos cuenta. “No puedo hacer esto”, “Nunca seré exitoso”, “No soy lo suficientemente bueno”, “Siempre me pasa lo mismo”. Pero, ¿qué pasaría si dejáramos de pensar así? ¿Quién serías sin esa creencia? ¿Cómo actuarías si no tuvieras ese pensamiento que te dice que no puedes? Es como si toda nuestra vida lleváramos puesta una prenda de ropa que nos queda chica, pero en vez de quitárnosla, seguimos intentando encajar en ella.
Este ejercicio es muy simple pero profundamente transformador. Solo hace falta escribir en un papel una creencia que nos limita y hacernos estas preguntas: ¿Quién sería sin este pensamiento? ¿Cómo me sentiría si no lo tuviera en mi vida? ¿Qué haría diferente si supiera que no es cierto? Cuando respondemos con sinceridad, nos damos cuenta de que hemos estado cargando con ideas que no nos pertenecen, que podemos soltarlas en cualquier momento.
Y cuando soltamos, algo cambia. Crecer implica hacernos responsables de nuestra propia vida, salir de la infancia emocional y convertirnos en adultos conscientes. No podemos seguir viviendo con las mismas creencias que nos inculcaron cuando éramos niños. Si queremos crecer espiritualmente, tenemos que dejar atrás ese viejo equipaje.
La alimentación también juega un papel importante en este proceso. Nuestro cuerpo y nuestra mente están profundamente conectados. Un cuerpo sobrecargado de azúcares y estimulantes genera más ansiedad, más pensamientos caóticos, más reactividad emocional.
Por el contrario, una alimentación equilibrada basada en cereales integrales, legumbres y verduras ayuda a centrar la mente, a ver con claridad y a tomar mejores decisiones. Así como podemos preguntarnos quién seríamos sin una creencia limitante, también podemos preguntarnos quién seríamos sin nuestros hábitos alimenticios automáticos. ¿Quién serías sin la creencia de que la comida saludable es aburrida? ¿Cómo te sentirías si dejaras de ver la comida como un refugio emocional? ¿Qué pasaría si empezaras a comer desde la conciencia y no desde la costumbre?
Cada vez que soltamos una creencia limitante, nos acercamos un poco más a nuestra mejor versión. Y lo mismo ocurre cuando elegimos alimentarnos desde el equilibrio. Crecer es soltar. Soltar pensamientos que no nos sirven, hábitos que nos limitan, formas de vivir que no nos dejan avanzar. ¿Qué creencia estás listo para dejar atrás hoy?