En nuestro viaje por la vida, una de las mayores lecciones es aprender a transformar aquello que nos limita, que nos hace pequeñitos, transformándolo en una oportunidad para crecer. Es en esa alquimia interna donde reside el verdadero bienestar, una sensación que va más allá del placer momentáneo que tantas veces buscamos de forma desesperada.
Aquí entra en juego la serotonina, un neurotransmisor que, en su esencia, nos habla de satisfacción, plenitud y equilibrio. La serotonina no aparece por arte de magia. Su producción se estimula cuando elegimos conscientemente actividades que nutren nuestra mente y cuerpo, como salir al aire libre, practicar ejercicio con alegría, leer un buen libro o aprender algo nuevo.
Es ese esfuerzo intencionado el que nos regala una sensación de valía real, no el vacío efímero que generan los impulsos de dopamina que recibimos al consumir comida basura, redes sociales o compras innecesarias.
Vivimos atrapados en un entorno que alimenta la adicción: al chocolate, al café, a los «me gusta» de Instagram o a las pantallas. Estas pequeñas dosis de dopamina se vuelven un refugio rápido, una escapatoria ante el malestar diario. Pero este refugio es una trampa: cuanto más consumimos, menor es el placer y mayor el vacío.
La solución no está en rechazar el placer, sino en cambiar nuestra perspectiva. Dejar de perseguir la recompensa inmediata y empezar a trabajar por logros más profundos. Como enseño a mis estudiantes, reemplazar una adicción perjudicial por un hábito saludable es el primer paso para recuperar el control.
Cocinar una comida macrobiótica equilibrada, aunque tengas que invertir tiempo en ello; salir a caminar bajo el sol aunque te apetezca más quedarte en el sofá; jugar con tus hijos o tus nietos en lugar de sentarte en el parque con tus redes sociales; practicar la respiración consciente y la meditación diaria aunque te parezca una pérdida de tiempo. Todas estas son pequeñas acciones que te reconectan con lo que de verdad importa.
Por otro lado, lo que comemos define no solo nuestra salud física, sino también nuestra energía mental y emocional. Dietas basadas en alimentos integrales, ricos en carbohidratos complejos naturales, como cereales integrales y legumbres, estimulan los niveles de serotonina. Al contrario, las dietas altas en grasas y proteínas animales pueden llevarnos a un estado de tensión constante, de estado de alerta, disminuyendo nuestras endorfinas y nuestra capacidad para sentirnos tranquilos.
Nuestra nutrición no debe ser un acto desesperado, sino una elección consciente. Al igual que un maestro que guía a su alumno a transformar un ingrediente sencillo en una obra de arte, nosotros tenemos el poder de convertir nuestra vida cotidiana en un espacio de equilibrio y felicidad. Somos lo que elegimos consumir, en la mesa y en la mente.
Las hormonas de la felicidad y las del estrés son como dos lados de una balanza que se mueve según cómo vivimos. Por un lado, las hormonas del bienestar, como la serotonina y las endorfinas, se activan cuando hacemos ejercicio, nos reímos, socializamos o simplemente nos detenemos a disfrutar de un momento presente. Son las responsables de esa sensación de calma después de un buen paseo o de la alegría simple que sientes al estar con los que amas.
Por otro lado, están las hormonas del estrés, como el cortisol, que son importantes porque nos ayudan a estar alerta en situaciones difíciles. El problema es que, si vivimos en modo “supervivencia” todo el tiempo, estas hormonas se disparan sin descanso, agotando nuestro cuerpo y mente. El secreto está en darle más espacio a las hormonas que nutren nuestra felicidad, y menos a las que nos dejan tensos y agotados. Vivir de forma consciente es como aprender a equilibrar esta balanza: cuidando lo que comemos, lo que pensamos y cómo respiramos.
Pasar tres meses viviendo en la caravana, casi desconectado de internet, fue una experiencia que me marcó profundamente. Mientras recorríamos diferentes huertos y fincas, me dediqué a tareas que me mantenían en movimiento: trabajar la tierra, cortar leña, aprender de la naturaleza. Sin pantallas ocupando mi tiempo, redescubrí el placer de leer por las noches bajo la luz tenue y de sentarme a meditar en silencio, escuchando el sonido del viento o el canto de los pájaros.
Esa desconexión no solo me ayudó a reconectar conmigo mismo, sino que fue como un reseteo de dopamina: al reducir los estímulos rápidos de las redes sociales, mi mente recuperó el placer por las cosas simples, las que realmente llenan. A veces, desconectarnos no es una opción, sino una necesidad que nos devuelve la capacidad de estar presentes y disfrutar de la vida sin la urgencia constante de las notificaciones.
¿Qué hábitos podrías transformar hoy para sentirte más libre y pleno? ¿Qué pequeñas dependencias están limitando tu camino hacia una vida más consciente y satisfactoria?
Te propongo una actividad escrita que te va a exigir un pequeño esfuerzo con la consiguiente recompensa de serotonina y, al mismo tiempo, estarás mejorando tus hábitos de vida:
- Haz una lista de las pequeñas «dependencias» o hábitos que tienes (ejemplo: redes sociales, café, compras innecesarias). Identifica cuáles te generan un placer momentáneo pero dejan un vacío después.
- Escribe al lado una actividad alternativa que podrías probar para sustituir ese hábito por algo más saludable y satisfactorio.
- Reflexiona: ¿Cómo te sentirías dentro de un mes si lograses reemplazar esa dependencia? Describe tus sensaciones y cómo mejorarían tu vida.
Me encantó eso de “reducir los estímulos rápidos para disfrutar de lo simple”. Justo siento que mi vida va demasiado rápido, necesito intentar ese reseteo de dopamina
Uf, lo de que las redes nos limitan aunque parezca lo contrario me llegó. Voy a probar la actividad que propusiste, siento que necesito hacer cambios pequeños pero significativos. ¡Gracias!
Me gusta Me propongo caminar a diario con consciencia, sintiendo el esfuerzo en los músculos, la respiración y la satisfacción que genera mientras lo hago y también después al sentirme más fuerte y enérgica. Subir escaleras y cuestas como si me dieran un regalo, un gimnasio gratis. Llevo dos días practicando y la serotonina sube e incita a continuar. Sustituye a quedar ese rato sentada en el sofá. Es simple, gratis y siempre a mano.