Jamás pensé que un día me encontraría cargando estiércol de caballo en una finca a las afueras de Lisboa. Imagina la escena: yo, con la carretilla y la pala en mano, esparciendo ese oloroso regalo por la tierra. Si me lo hubieras dicho hace unos años, habría puesto cara de incredulidad o incluso de rechazo. Pero ese día, bajo el cielo gris portugués, me di cuenta de que la vida tiene maneras curiosas de enseñarnos cosas nuevas.
Mientras movía pala tras pala, algo hizo clic en mi interior. El estiércol que estaba distribuyendo no era solo un montón de «deshechos». Era la base de un futuro lleno de vida, de vegetales, flores y abejas. No iba a estar ahí para verlo florecer, pero la satisfacción de saber que mi trabajo contribuiría a ese ciclo me llenó de gratitud. De repente, lo que antes me habría resultado repulsivo se transformó en una oportunidad para conectar con la naturaleza en su esencia más pura.
Después del trabajo, con el cuerpo cansado pero el corazón tranquilo, me di una ducha rápida en nuestro baño portátil y me refugié en la caravana. Afuera, la lluvia comenzaba a caer, repicando en el techo con ese sonido que me hace sentir tan cerca de la naturaleza. Al mirar por la ventana, con mi infusión de hierbas en mano, no podía dejar de pensar en el dueño de la finca.
Él, un hombre con una enfermedad degenerativa que lo obliga a depender de una máquina de oxígeno para respirar, me recordó lo frágil y preciosa que es la salud. Mientras yo movía mi cuerpo, trabajando con la tierra, él observaba su finca desde la distancia, incapaz de realizar esas tareas que quizás en otro tiempo daba por sentadas. Reflexionar sobre su situación me hizo apreciar aún más mi capacidad de moverme, de respirar y de transformar.
Y entonces, vino a mí una enseñanza de Thich Nhat Hanh: «Sin barro, no hay loto.» La flor de loto florece en el barro, usando lo que muchos verían como sucio o indeseable como base para crecer. Lo mismo ocurre con nuestras vidas. Las dificultades, los momentos oscuros, son precisamente el abono que necesitamos para florecer. Solo tenemos que aprender a aceptarlas, tal como el barro nutre al loto.
Thich Nhat Hanh también nos recuerda que no debemos huir del sufrimiento, sino abrazarlo, entenderlo. Porque al igual que el barro, el sufrimiento es necesario para nuestro crecimiento personal. Es en medio de los retos donde encontramos el potencial para transformarnos. No hay luz sin oscuridad, ni alegría sin tristeza. En macrobiótica estudiamos Yin y Yang para comprender el Orden del Universo, las leyes que lo rigen. Al aceptar esta dualidad, podemos vivir plenamente, reconociendo que tanto el dolor como el gozo son ingredientes esenciales en el viaje de la vida.
El estiércol que esparcía aquel día es exactamente eso: abono para la vida. Puede que en el momento parezca un desecho, pero se transformará en algo hermoso. Del mismo modo, nuestras dificultades, si las nutrimos correctamente, pueden convertirse en nuestra mayor fuente de crecimiento.
Así que te invito a reflexionar: ¿qué situaciones en tu vida podrían ser tu barro? ¿Qué «estiércol» podrías transformar en una flor de loto? Recuerda, como me dijeron una vez en Estados Unidos cuando parecía abrumado en mi primer día de trabajo: «Mariano, la manera de comerte este gran elefante es empezar con pequeños bocados.»
Hoy te traslado el mismo consejo: da tu primer bocado, y poco a poco, transforma tu barro en loto.