En cuanto la vio, mi hijo Dillon la llamó «turquesita». Y así quedó etiquetada nuestra querida casa rodante. Tenemos esa manía fetiche de nombrar a nuestros vehículos.
Si te acercas a nuestro recorrido podrás conocernos y también conocer a Flashy, nuestra furgo blanca Yang que tira de Turquesita, su compañera Yin. Ya se han encontrado, se han enganchado y se llevan fenomenal.
Resulta que María, la mamá de un compañero del cole de mi hijo Dillon, nos permitió aparcar la caravana en su chalet de La Nucía, después de haberla comprado en Pedreguer.
A partir de entonces, estuve yendo varios días a la casa de María, y mientras intercambiábamos en inglés (ella es alemana) nuestras visiones de la vida y del futuro de la humanidad, aproveché para hacer pequeños arreglos y adaptaciones a la caravana.
María y su hijo ya regresaron a Alemania, y Turquesita está esperando en la casa de Sandra, otra amiga alemana, hasta que el 26 de julio partamos definitivamente hacia Madrid.
Durante ese tiempo en casa de María aprendí muchas cosas e hice mucho bricolaje, pero sobre todo, aprendí a instalar una gran placa solar siguiendo los consejos de nuestro amigo Jeff, canadiense, que vive por Valencia y también siguiendo varios tutoriales por YouTube.
Esta placa solar grande y otras cositas que van con ella, nos va a permitir seguir trabajando online desde nuestra caravana allí donde nos encontremos. En plena naturaleza podré seguir dirigiendo mi escuela, asesorando en nutrición a quién me consulte desde cualquier lugar del mundo.
Podré continuar con este diario gracias al sol, que también nos alimento a través del alimento vegetal.
Continuamos rompiendo fronteras y limitaciones, al igual que las limitaciones de nuestras creencias. Al salir de nuestra zona de confort se presentan otras posibilidades, otras experiencias. El cambio es inevitable y me encanta abrazarlo y aprender con él.
Podré expandir la conciencia alimentaria y la filosofía macrobiótica de forma presencial a lo largo de nuestra ruta y también de forma online como he hecho durante todos estos años.
Mi ordenador tendrá batería suficiente para poder tener videollamadas, seguir con las conferencias online y también podré comenzar mi segundo libro, para el que mis ayudantes espirituales ya se están pronunciando a través de señales claras.
Turquesita ahora está en casa de Sandra y Karsten en su precioso pinar, algo inclinada y solitaria, recibiendo el sol y el calor que ahora en julio comienzan a ser más intensos en el mediterráneo.
De vez en cuando vamos a visitarla para llevar cosas, ultimar detalles, probar otras cosas.
El viaje ya ha comenzado desde que tuvimos la idea. Por eso es importante elegir con mucha conciencia las semillas que ponemos en nuestra mente, que luego regaremos y se desarrollarán en nuestra vida, creando así nuestra realidad.
Así se crea todo, desde el plano sutil al denso: la salud, la amistad, un plato de comida, el destino del mundo.
El jueves 25 de julio le daremos la bienvenida a los inquilinos holandeses que habitarán nuestra casa durante un año. Diremos adiós a la comodidad de la rutina, a una cama espaciosa, a una cocina amplia, a nuestra querida gata Dina, y a todos los apegos y seguridades acumulados durante cuatro años desde que volvimos de Costa Rica en el 2020.
Dormiremos en el pinar de Sandra con Turquesita, para dar al día siguiente, bien temprano, el primer paso de nuestra aventura. Madrid nos espera. La familia también.
Ya no hay vuelta atrás. Se siente un vértigo aceptable pero no indiferente. Varias veces en mi vida he dejado atrás personas, cosas, lugares. Sin embargo, a pesar de la experiencia, no termino de acostumbrarme. Sabes que hay una fecha límite y que, a partir de ese momento, la vida va a cambiar de lugar, algún plato se caerá en el trayecto. Es como tener un burbuja en el corazón o, en el mejor de los casos, una cañería atascada en casa que sabes que tienes que resolver en algún momento.
Todo está por escribirse en el libro de la vida… Todo siempre cambia, es la ley del universo. Y estos cambios de vida te permiten ver más de cerca el cambio. Es un entrenamiento para desarraigarse, para desapegarse y despedirse de la ilusión del ego, de la permanencia, de lo establecido y de lo normal.
Es una muerte a lo conocido y un nacimiento a la aventura.