Un crucero macrobiótico

Mariano Rodríguez

Mariano Rodríguez

Autor del libro "El yoga de los alimentos"

Entramos a Lisboa 16 años después, ahora con dos hijos hermosos y cruzando el imponente Puente 25 de Abril, el famoso puente rojo que se parece al Golden Gate Bridge de San Francisco. A nuestra derecha, el Cristo Rey se alzaba sobre nosotros, con los brazos abiertos en un gesto monumental, dándonos la bienvenida después de casi una hora de viaje. La vista era impresionante, pero lo que siguió fue un poco menos idílico: tardamos otra hora en descubrir a dónde queríamos llegar. Lisboa parecía recibirnos con brazos llenos… de tráfico. Probamos suerte en un aparcamiento, pero estábamos demasiado lejos de Alfama, así que nos tocó desandar nuestros pasos, volver al coche y buscar algo más cercano.

Y así, mientras dábamos vueltas en busca de un lugar adecuado, pensé en cómo esto es un reflejo de la vida. Cuando no tienes claro tu destino, pierdes mucho tiempo y recursos dando vueltas, mareándote, tomando decisiones poco efectivas. A veces nos encontramos dormidos, mal organizados, dejando que la vida decida por nosotros. Decía Séneca que no hay viento favorable para quien no sabe hacia dónde va. Es crucial tener un rumbo definido, una dirección clara, si no queremos desperdiciar nuestra energía en caminos sin sentido. Esto puede quedar reflejado en pequeñas muestras de nuestra vida cotidiana.

Dejamos el coche y caminamos sin rumbo. Y sin buscarlo, de repente nos encontramos cerca del Instituto Macrobiótico de Portugal. Allí nos dirigimos, como guiados por los ángeles. Nos abrieron las puertas con mucha amabilidad, nos dieron un tour por la escuela que ocupa toda la segunda planta del edificio, con varias habitaciones, alguna más amplias que otras, antiguas todas ellas, con una decoración elegante, moderna, con suelos de madera y techos altos. Conocimos a la directora, estuvimos intercambiando información sobre nuestras respectivas escuelas y hablando de la presentación de mi libro El yoga de los alimentos la próxima semana ante todos los profes de la escuela y sus alumnos.

Hasta hace unos años tenían allí un restaurante. Desilusionados, nos despedimos hambrientos en busca de un restaurante. Siempre que no queda otra opción y nos vemos forzados a comer afuera, buscamos un restaurante macrobiótico para apoyar a nuestros colegas de profesión y para comer bien. Si no es posible encontrar uno de esos oasis, intentamos buscar algo lo más parecido posible, algún restaurante japonés de sushi, un tailandés o un vietnamita.

Así dimos con un restaurante de ramen, noodles y pad thai. ¡No recordaba lo pesada que resulta la comida fuera de casa! Las seis horas siguientes mi cuerpo estuvo intentando digerir aquel plato excesivamente salado y totalmente desequilibrado. ¿Cómo puede la gente comer así todos los días? Estas ocasiones me sirven para entender las causas de toda enfermedad actual, lo veo más claro que el agua. Y puedo valorar aún más nuestra querida alimentación macrobiótica porque te empodera, te da energía y no te la demanda, te permite sentirte satisfecho, cómodo y tranquilo después de comer. Te permite olvidar rápidamente que has comido para concentrar tu energía en los asuntos vitales, en lugar de someter tu vida y tu energía a la difícil tarea de hacer algo con las rocas que has ingerido en un abdomen que parece listo para dar a luz. ¿Cómo la gente puede mal gastar tanto dinero en comer mal y no invertir nada en construir la salud infinita? ¡Quien me diga que no tiene dinero para empezar con alguno de mis cursos lo mando a comer a este restaurante de Lisboa!

Excusas… excusas y más excusas…

Soy un gran agradecido a la vida por haber encontrado la alimentación correcta para el ser humano. Hasta que no se experimenta la macrobiótica, estas palabras parecen demasiado exageradas o presuntuosas. Sin embargo, cuando uno experimenta la macrobiótica, estas palabras se convierten en una verdad absoluta.

Por la tarde, con la pesada digestión a cuestas, nuestras huellas quedaron marcadas en las callejuelas empedradas de Alfama. El barrio, con su caótico entramado de calles, parece un rincón donde el tiempo se detuvo, pero no la gente. A nuestro alrededor, las fachadas de azulejos antiguos contaban historias de generaciones pasadas. Los tranvías, de color amarillo, rechinaban por las cuestas mientras esquivábamos a los turistas, que parecen haberse adueñado del alma de la ciudad. Y por todos lados, los omnipresentes tuk-tuks, esos pequeños vehículos que ahora dominan las cuestas de Lisboa como si fueran un nuevo símbolo de la modernidad.

Sin embargo, hace 16 años la ciudad tenía otro encanto. Todo ha cambiado, la vida es cambio. Nosotros también éramos otros. Y Lisboa no estaba tan desbordada de turistas ni llena de tiendas de souvenirs. Hoy todo está invadido por el negocio del turismo.

Subimos por Alfama hasta llegar al Mirador de Santa Lucía, un lugar precioso que ofrece una postal sobre los tejados y el río Tajo. Allí, Dillon y yo nos detuvimos, algo cansados ya, pero felices. Nos quedamos absortos mirando al mar, donde amarraba un enorme crucero, una ciudad flotante que pareciera desafiar la naturaleza. Observando esa mole blanca le dije: “Dillon, los humanos somos capaces de crear maravillas. De observar a los peces, hemos aprendido a navegar los mares. Tenemos el poder de hacer cosas extraordinarias, pero todavía estamos muy apegados a lo material”. Le expliqué que, aunque hoy en día la humanidad sigue muy enfocada en lo superficial y el egoísmo, tengo fe en que llegará un día en que nuestro mayor emprendimiento será hacer del mundo un lugar más justo, armónico y menos fragmentado por extremos.

Necesitamos para ello una alimentación que armonice, que nos permita elevar nuestra conciencia planetaria. En eso estamos, ese es mi propósito en la vida. Quien me quiera acompañar lo invito a mi barco, al crucero de la macrobiótica.

4 Comentarios
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Marta

Wow, me senti tan identificada! yo tambien me pierdo en mis decisiones aveces, sobre todo con tantas cosas que hacer y sin rumbo claro… y esa cita de Séneca me viene al pelo, creo que la voy a escribir en algun lado para verla seguido jeje. Gracias por compartir esta experiencia tan honesta!

Juan Carlos

Que bueno el relato! Y esa parte sobre comer en un restaurante, uff, totalmente de acuerdo… la comida en la calle te deja como si hubieras comido piedras jaja. Me ha pasado mil veces, al final me deja sin energia en lugar de darme… mejor seguir tus consejos de la macrobiótica, que por cierto tengo pendiente probar!!

Anamaria

Lisboa suena tan diferente a cuando fui hace unos años, pero que lindo leer como te sigue inspirando apesar de todo el cambio. Ese momento con Dillon en el mirador fue muy bonito, espero poder crear recuerdos asi con mis hijos algun día . Gracias por llevarnos contigo en cada entrada, Mariano!

Javi

Qué lindo viaje, Mariano! Me hiciste recordar cuando visité Lisboa hace años y también me perdí entre sus calles. Tu reflexión sobre tener un rumbo me llega, a veces uno se deja llevar por la vida sin pensar en hacia dónde va realmente. Gracias por inspirarnos a buscar esa dirección.

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