El baño de realidad nos alcanzó en Pontevedra, Galicia, justo antes de cruzar a Portugal. Nos habían invitado a estacionar nuestra caravana en el terreno de Blanca, una persona que Carolina sacó de la chistera y generosamente nos prestó su finca cerca del pueblo de Tomiño. Una casa cerrada y sin electricidad, pero con un regalo invaluable: el agua pura de un manantial gallego, de esas que parecen extraídas de un cuento mitológico. Y para completar el paraíso: dos huertos, frutales, castaños y, sobre todo, vacaciones del trabajo agrícola.
Claro, había pequeños «detalles». La falta de electricidad significaba que no podría hornear mis panes de trigo sarraceno, ni Carolina y los niños podrían secarse el cabello, ni podríamos batir nuestras queridas cremas de cereal en su punto exacto. ¿Una tragedia? No, una invitación al minimalismo.
Y si esto sonaba a reto, era precisamente la prueba que esperábamos. ¿Qué mejor manera de poner a prueba nuestras placas solares que este edén gallego? Los primeros días fueron idílicos: sol, castañas hervidas, postres improvisados con las frutas caídas del huerto, y paseos circulares en familia atravesando toda la aldea y los bosques silenciosos. Incluso apareció Fina en escena, la vecina más próxima que nos proveía de algunos huevos ecológicos de sus gallinas.
Todo fluía… hasta que comenzó la lluvia. Y no cualquier lluvia. Estamos hablando de una lluvia gallega, esa que hace que el Diluvio Universal parezca una breve ducha de verano. El cielo, que hasta entonces había sido nuestro amigo, se convirtió en un lienzo plomizo. ¿Qué sucede cuando llueve sin parar? Pues que las placas solares no cargan. ¿Y qué pasa cuando eres Mariano y decides vivir en tu burbuja de optimismo, sin mirar el nivel de las baterías? Exacto, el golpe de realidad llegó, con la sutileza de un mazo.
Imagina esta escena: la lluvia arremetiendo contra la caravana, y yo, paraguas en mano, tratando de hacer un simple pis en el campo. Cualquier vestigio de dignidad quedó atrás en el barro. Mientras tanto, los niños, Carolina y yo continuábamos con nuestras rutinas lo mejor que podíamos, cada vez más húmedos y grises, como si el cielo se hubiese tragado el sol para siempre.
Al cuarto día, a las siete de la mañana, sucedió lo inevitable. Mientras yo, en mi rol de escritor, intentaba seguir canalizando ideas, la batería de mi ordenador murió. Y con ella, se apagó también el último resquicio de mi romanticismo bucólico. La batería principal se había agotado por completo, y el cielo, por supuesto, no tenía intenciones de colaborar con su rayo de sol salvador.
Fue entonces cuando recordé a George Ohsawa, el padre de la macrobiótica, diciendo que un verdadero macrobiótico busca desafíos cada vez mayores para superarlos. Y te confieso que, en ese momento, bajo la interminable lluvia gallega, tuve unas ganas tremendas de prender fuego todos mis libros de macrobiótica y maldecir al maestro usando todas las palabras feas que conozco. Menos mal que los dejé en Alicante y que Ohsawa no entendía español.
Ante la adversidad, tuvimos que improvisar. Carolina le pidió a Fina, la vecina, que le prestara una sala para trabajar, mientras que yo encontré un refugio en la sala de estudio del pueblo. Allí pude dar mis clases online que suelen caer los fines de semana, incluyendo la primera sesión del programa especial Come Bien Para Siempre, que resultó ser un éxito a pesar del caos exterior.
Las bibliotecas se convirtieron en nuestro segundo hogar. Para Dillon y Sol, esos espacios son como tiendas de juguetes, llenas de libros ilustrados que les fascinan. Entre la lluvia, el barro y los apagones, encontramos refugio en los libros y en los pequeños momentos de paz que nos brindaban.
Aprovechamos un día, pese a la lluvia, para cruzar a Portugal y acercarnos a la ciudad de Porto. Con su encanto único, Porto es famosa por su arquitectura colorida, el histórico barrio de Ribeira y el majestuoso puente de Luis I que conecta la ciudad con Vila Nova de Gaia. La lluvia nos dio tregua y pudimos explorar los laberintos de callejuelas empedradas, donde cada esquina revela una nueva vista o un rincón acogedor. Incluso comimos en el restaurante O Macrobiótico, donde disfrutamos de platos saludables y deliciosos.
Pero llegó un punto en que el «jipismo» de vivir sin electricidad, ducharnos en una ducha portátil y hacer nuestras necesidades en un baño seco también portátil, nos pasó factura. Era hora de un cambio que nos terminaría empujando hacia Almuñécar, en Andalucía. Pero eso aún está por narrarse.
Necesitábamos algo más de confort. Necesitábamos, simplemente, tener luces en nuestra caravana, electricidad para que fluya el agua de la cocina, para cargar nuestros teléfonos. Y a todo esto, te recuerdo que tenemos dos niños que también demandan y necesitan continuar con sus clases a distancia y su programa escolar.
Así que cargamos la caravana y pusimos rumbo a Lisboa. Tras siete horas de carretera, llegamos a la finca de Enrique, donde la civilización, o al menos un poco de luz eléctrica, nos recibió con brazos abiertos. Pero el baño de realidad ya había hecho su trabajo.
Esta fue la experiencia más dura en cuanto a comodidades. Es duro cuando no estás de vacaciones, porque en ese caso te adaptas mejor a las incomodidades, pero cuando tienes que sacar trabajo adelante, contactarte con gente para una consulta, conectar con mis sesiones grupales o impartir clases de Chi Kung como es el caso de Carolina, entonces la aventura se hace más pesada y la vida te da un baño de realidad en forma de lluvia gallega.
Todo parece mostrarnos que no importa cuántos desafíos creas estar listo para enfrentar, siempre habrá algo más grande y sorprendente, como una tormenta gallega interminable, para recordarte lo pequeño que eres (y que la historia del diluvio fue un juego de niños en comparación con esto).
¿Qué tormentas internas o externas estás enfrentando hoy? ¿Qué haces cuando el optimismo no basta y el baño de realidad te deja sin aliento? ¿Te has observado? ¿Cómo reaccionas?
Muy buena reflexion, me gusta como contectas las cosas. Voy a observarme. Por otro lado, no sabia que tu esposa Carolina daba clases de chikung online, vaya pareja más afín!
Wow, te admiro por cómo enfrentas estas situaciones. No sé si yo tendría tanta paciencia con esas lluvias y sin electricidad. Pero tienes toda la razón, a veces esos «baños de realidad» nos aterrizan y nos hacen valorar hasta el sol cuando sale.
¡Qué experiencia tan intensa, Mariano! Es increíble cómo esos desafíos, que en su momento parecen agotadores, terminan siendo los que más nos enseñan. Me hizo reflexionar sobre cómo las «tormentas» de la vida nos vuelven más fuertes y conscientes de lo que realmente importa. Gracias por compartir estos momentos de vulnerabilidad y aprendizaje.
Me encanta leerte como enfrentas la vida. Me encanta tu optimismo y tienes toda la razon. Que gran enseñanza le vas a dejar a tus hijos con todo lo que ven. Me haces recordarme a mi misma cuando era joven. Todo tiene solucion. Te felicito !!