Antes de cada comida, solemos leer un capítulo del libro «Cómo comer» de Thich Nhat Hanh para recordarnos la importancia de estar presentes y agradecidos por cada bocado que compartimos. También hacemos esto en los talleres y retiros que organizamos. Insistimos con esto porque nos permite conectar con nuestra respiración y apaciguar la ansiedad por los primeros bocados, tomando conciencia de la masticación. No sirve de nada preparar una comida equilibrada y terapéutica si la comemos sin gratitud y sin masticar correctamente.
En una de nuestras cenas, Sol leyó un capítulo de ese libro y dice así: “En la basura veo una rosa. En la rosa, veo la basura. Todo está en transformación. Aún la permanencia es impermanente.” Recordando nuestros días en la hermosa Asturias, mientras mis hijos jugaban alegremente esparciendo los restos de nuestra comida en el compost, me doy cuenta de la profunda lección que se encuentra en este sencillo acto.
La materia orgánica, en su estado más maloliente, tiene la capacidad de renacer como fertilizante, alimentando un nuevo ciclo de vida. Aquí, el yin y el yang se manifiestan: la descomposición, que a menudo rechazamos por su aroma desagradable, da paso a la creación. Este proceso nos recuerda que lo que consideramos inservible puede tener un propósito mayor, resonando con la filosofía de que cada fin puede ser un nuevo comienzo.
Este momento resuena en mí mientras recuerdo el encantador pueblo de Tui, en Pontevedra, donde observamos una idea revolucionaria: compostadores urbanos en lugar de basureros. Los vecinos bajaban con sus cestas de residuos orgánicos, sin bolsas, entregando a la tierra lo que ya no les servía.
Esta práctica nos invita a repensar la noción de desperdicio. La basura puede ser una materia prima, una oportunidad para regenerar y nutrir nuestro entorno, y al mismo tiempo, nos recuerda que nuestras propias dificultades pueden transformarse en oportunidades de crecimiento personal.
Así como el compostaje requiere un proceso de descomposición y transformación, también nosotros tenemos la responsabilidad y la oportunidad de cambiar el mundo. Este cambio comienza desde adentro; solo al transformar nuestra propia percepción y actitudes, podemos impactar positivamente nuestro entorno. Podemos tener así un mundo más sostenible, al tiempo que nuestra mente se vuelve también más equilibrada. Como es adentro es afuera.
Al igual que la rosa que florece a partir del barro, nuestras experiencias más difíciles pueden convertirse en catalizadores de nuestro crecimiento. Podemos tener un mundo más limpio, menos contaminado y más justo aprovechando lo negativo. Podemos tener una mejor vida reciclando nuestros defectos para convertirlos en virtudes. Al permitir que la vida fluya y se reconfigure, encontramos en el proceso una profunda conexión con la naturaleza y con nosotros mismos.
¿Qué defectos o hábitos tóxicos de tu vida podrían convertirse en valiosas lecciones de crecimiento y transformación? ¿Qué podemos hacer para renacer a una nueva versión de nosotros mismos y del planeta?
Qué hermoso recordatorio de que todo en la vida puede transformarse. Me encantó la conexión entre la naturaleza y nuestro propio proceso interno. Gracias por inspirarnos a mirar cada pequeño acto, como el de masticar con gratitud, con una nueva perspectiva.
increible como en lo cotidiano se encuentran cosas tan profundas. no es solo una comida, es un momento pa parar, agradecer y reconectar. me hace pensar en cuántas veces nos olvidamos de lo esencial en las cosas simples.