No fue fácil dar con la casa de mi abuelo Mariano, ese rincón donde pasó su infancia antes de emigrar a Argentina en 1930, con apenas 15 años.
Llevando solo una foto como referencia, nos encontramos preguntando a quien se cruzara en el camino, recorriendo el pueblo de Bayo en la Coruña. Finalmente, entre vueltas y señas, el destino nos guiñó un ojo y hallamos muy cerca de allí lo que fue su hogar, en una aldea llamada Zas.
Casi un siglo después de que él dejara esta tierra, me encontraba pisándola, respirando su aire, con un sentimiento de gratitud profunda. Gracias, abuelo, estés donde estés. Gracias por este legado, por cada paso que diste y cada decisión que tomaste, ya que sin ellas, nosotros no estaríamos aquí.
A veces olvidamos agradecer a quienes vinieron antes, aquellos cuyos sueños y luchas nos han traído hasta aquí. Al caminar por los bosques de Galicia, con el aroma a hierbabuena y eucalipto, siento en mis venas la historia de mis antepasados, los ecos de su vida y su partida. En cada árbol y cada pradera de este rincón verde de España, parece palpitar su espíritu.
¿Cómo no dar gracias a ellos y a la tierra que nos alimenta? En cada bocado de cereal integral que llevo a la boca agradezco a la agricultura milenaria que ha permitido nuestra existencia. Sólo un alma sin memoria rechazaría estos granos, semillas de vida traídas de otros mundos y sembradas con dedicación en este querido planeta Tierra.
Agradezco también a mis padres, quienes, con sus luces y sombras, me dieron la vida. Como dijo Facundo Cabral, la mitad de la Torre Eiffel existe por mi madre y la otra mitad existe gracias a mi padre. Tengo la suerte de tener unos padres generosos y cariñosos. Sin embargo, aunque no fuera así y no siempre estemos de acuerdo en sus enseñanzas, en sus maneras, debemos comprender que nuestra existencia es su legado y que cada uno de sus actos, incluso los menos entendidos, forman parte de esta vida que ahora llevamos y que podemos tomar las riendas para construir nuestro destino.
Caminar por Galicia fue como reencontrarme con algo que estaba en mis células. Aquel día de sol brillante y cielos despejados, tras días de lluvia, sentí un abrazo cálido en este paisaje que es, en parte, mío. Es algo similar a lo que sentí al visitar la Alpujarra granadina, la tierra de mis abuelos maternos, donde un sentimiento de regreso inexplicable me llenó el corazón.
En esta ocasión, el verde de Galicia, el azul de su cielo, todo parecía susurrar un «bienvenido a casa» que despertaba en mí la certeza de que la vida es continua, que la muerte es un cambio, una puerta más.
Recuerdo que un día de caminata por la campiña gallega, entre aldeas y vacas, viví un instante mágico. Escuché un sonido que resonaba profundo y melancólico, un lamento alegre que parecía fluir del suelo mismo. A medida que me acercaba, descubrí que era una fiesta de pueblo, con gente bailando, comiendo y bebiendo, y allí estaban los músicos, disfrazados como una especie de piratas irlandeses, que, con gran esfuerzo, estrujaban una enorme araña negra bajo sus brazos, arrancándole agudos lamentos y el alma misma en cada nota.
Esas gaitas rugían en un eco de antaño, y me decía que Mariano estaba aquí también, con su nieto, compartiendo además del nombre ese momento en la tierra que dejamos y a la que siempre volvemos.
En Galicia, rodeado de estos ecos de mis antepasados, comprendí que hay heridas en nuestra historia familiar que debemos sanar. Es nuestra tarea cerrar ciclos para que nuestros hijos no tengan que abrir los mismos paraguas bajo las mismas lluvias. En este suelo lleno de memorias, siento la música de mis antepasados latiendo junto a mis pasos, y me doy cuenta de que la gratitud no sólo se expresa con palabras, sino en cada acto de presencia y en cada respiro profundo al caminar entre los árboles que ellos también vieron alguna vez.
No esperemos a que sea tarde para pedir perdón, para dar un abrazo, para decir «te quiero». Y si ya es tarde, siempre queda la suerte de lanzar el perdón y las gracias al viento eterno de la vida, para que se una a ese polvo de estrella que siempre seremos.
Qué emocionante leer esto! La conexión con los ancestros es tan fuerte… como si volvieran a vivir a traves de nosotros. Galicia tiene esa magia, y me parece hermoso rendirle homenaje a quienes nos trajeron hasta aquí. Gracias x compartir algo tan personal!
Me llegó mucho esto. La importancia de recordar nuestras raices y la gratitud hacia los que vinieron antes… en cada paisaje, en cada sonido, ellos estan con nosotros. Esa reflexión de q nada se pierde, todo se transforma… wow, muy inspirador
Me ha encantado esta, tú historia personal