Vivir es un milagro, es una oportunidad tan especial que no tiene precio. Si te ofrecieran este trato: “Te doy miles de kilos de oro para que seas rico y puedas comprar y tener todo lo que deseas, con la única condición de que cumplas repentinamente 95 años…” ¿Aceptarías? ¿Por qué no? ¡Vivirías como un anciano rico!
Así nos damos cuenta del peso del tiempo, de que cada año que vivimos es el tesoro más preciado de nuestras vidas.
Desde hace algún tiempo intento vivir la vida con la conciencia de un anciano: me imagino teniendo una avanzada edad y desde ese momento de mi ancianidad, miro hacia atrás reflexionando sobre mi vida.
Es un ejercicio muy útil que nos puede servir para hacer un balance de nuestra vida y así tener la chance de agradecer por todo. Y también para tener la ocasión de preguntarnos: ¿Qué cosas cambiaría? ¿Qué decisiones tomaría en otra dirección? ¿En dónde pondría más atención, y sobre qué cosas sin importancia quitaría el foco? ¿Me animaría a vivir una vida diferente? ¿Otro trabajo, otro lugar para vivir, otros compañeros de vida? ¿Por qué estaría agradecido? ¿Qué experiencias me llevo? ¿Soy consciente de que todo lo que haya acumulado (dinero, bitcoin, libros, casas) tendré que dejarlo tras mi partida?
Desde hace tiempo que, intuitivamente, siento que somos capaces, no sólo de crear nuestra realidad (o nuestro futuro), sino también de modificar el pasado a través del pensamiento unido al sentimiento del corazón. Es decir, uniendo sentimiento y pensamiento, energía y enfoque.
Durante este viaje de un año en caravana, se me ha ocurrido otra forma de jugar con el espacio-tiempo, un juego que estoy haciendo con mi hija Sol para ser conscientes del valor del tiempo y de las cosas importantes.
Me gustaría compartirlo contigo para que también puedas jugar.
Todo empezó durante una caminata por los caminos verdes, llenos de helechos, eucaliptos y aroma a hierbabuena de Asturias. Regresábamos tomados de la mano a la granja en la que estamos viviendo momentáneamente (todo es momentáneo en este viaje, como una metáfora de la vida).
Le dije: “Sol, ¿qué te parece si vivimos este día de una forma diferente, con otra consciencia? Imaginemos por un momento que estamos juntos como ahora pero dentro de muchos años. Es mi funeral y me estás velando. Te encantaría volver a estar juntos como ahora, sintiendo el calor de nuestras manos, cruzando nuestras miradas, escuchando nuestras voces. Pero ya no puedes, y tal es tu deseo, que de repente, la realidad se detiene para dar entrada a un ángel luminoso que te baña de amor y paz interior, al tiempo que te concede el deseo de volver a encontrarnos. Nos permite volver al momento actual, a este presente, y nos permite revivir este día, en el que vamos caminando de la mano por este lugar tan precioso de Asturias. ¿Cómo lo reviviremos? ¿En qué aspectos pondremos nuestra atención ahora? ¿Qué palabras pronunciaremos? ¿Perdonaremos nuestras faltas? ¿Qué nos diremos? ¿Guardaremos los abrazos para más tarde y los sacaremos al escenario de este nuevo acto?»
Pensar de esta manera me ayuda a relativizar los problemas que la mente fabrica constantemente, como las nubes negras que llenan el cielo de Asturias durante días. El sol siempre sale, la luz de la conciencia trasciende la oscuridad de las nubes y uno se sorprende de lo bonito que es el cielo más allá de los miedos, la escasez, el tedio y la falta de inspiración.
La muerte es una gran maestra, una aliada, que nos enseña a vivir cada día como el último, no sólo para el goce sensorial, sino para que seamos conscientes de la oportunidad que tenemos de aprender, trascender el Yin y el Yang, elevarnos como el ángel que somos, disfrutar de esos momentos importantes de cada día y no hacernos tanto drama por las pequeñeces que nuestro ego, como un niño caprichoso, intenta llevar al plano de lo importante.