No siempre recordamos lo frágil que es el sistema en el que descansamos nuestra vida cotidiana. Pero a veces, basta con que la luz se apague unos minutos para que todo se tambalee. Hace dos días vivimos un apagón eléctrico y de las telecomunicaciones en España y en varios países de Europa. Fue breve, sí. Pero suficiente para provocar largas colas en los supermercados, un caos en los transportes y volvió imposible todas las actividades que hacemos de forma habitual con nuestros teléfonos móviles. Vi personas apresuradas llenar carritos con conservas, embutidos, garrafas de agua, pan industrial. Era como si el miedo se hubiese activado con solo un chispazo.
La mayoría buscaba garantizar la supervivencia. Pero en ese impulso, no había calma, ni conciencia, ni nutrición. Solo reacción.
Me quedé observando todo eso con una mezcla de desconcierto y comprensión. Porque sé lo que es vivir con miedo, anticiparse a la catástrofe, querer cubrir todos los frentes. Pero también sé lo que es vivir en paz, con una estructura interna que te sostiene incluso cuando el mundo parece colapsar. Y no hablo de esto como una teoría. Lo vivo cada día gracias a la macrobiótica.
En casa, el apagón no nos afectó en absoluto. No hubo prisa, ni ansiedad, ni corridas. Por la tarde ya solemos apagar las pantallas, cocinar con fuego y dejar que la oscuridad natural vaya preparando el cuerpo para el descanso. La luz de las velas no fue novedad, fue continuidad. Comimos arroz integral con mijo y zanahorias, acompañado de un poco de miso y pickles caseros. Nada cambió. Y sin embargo, todo cambió. Porque mientras afuera se desataba el caos, nosotros seguíamos respirando.
No se trata de romanticismo ni de vivir desconectados de la realidad. Se trata de prepararse con inteligencia para lo imprevisible. Porque la estabilidad del mundo moderno es una ilusión. Dependemos de una red eléctrica global, de cadenas de distribución que pueden romperse en horas, de una industria alimentaria que no se mueve por nuestra salud, sino por beneficios económicos.
Y me pregunto, con cierta curiosidad y sin ánimo de ofender, qué harían quienes siguen una dieta cetogénica o del paleolítico ante un apagón prolongado. ¿Van a salir a cazar con escopeta o con garrote? ¿Esperarán que el frigorífico mantenga la carne fresca por arte de magia? Porque si algo enseña una crisis energética es que no es muy sensato depender de alimentos perecederos. Basar tu dieta en carne puede ser tan suicida como hacerlo en ultraprocesados. Todas las dietas tienen sus puntos fuertes y débiles, pero mi intuición —y mi experiencia— me dicen que la macrobiótica, basada en alimentos secos, estables y profundamente nutritivos, es una elección inteligente no solo para la salud diaria, sino también para contextos de emergencia.
La alimentación macrobiótica no es solo una elección de salud. Es una filosofía que te devuelve la soberanía. Aprendes a vivir con menos, pero mejor. A cocinar con lo esencial. A almacenar alimentos que no necesitan etiqueta con fecha de caducidad porque la tierra ya sabe cómo conservarlos. A fermentar, a activar, a cuidar.
Desde hace años, en casa tenemos cereales integrales en grano, legumbres secas, sal marina, algas, fermentos, semillas. Alimentos vivos, duraderos, cargados de sabiduría ancestral. No porque esperemos el fin del mundo, sino porque entendemos que lo que hoy llamamos «normalidad» no está garantizado.
Y no solo es una cuestión de abastecimiento. También es una cuestión mental. Porque cuando tu cuerpo está en equilibrio, tu mente también lo está. Cuando comes lo que la tierra te da en su forma más pura, sin procesados, sin aditivos, sin empaques brillantes, no solo te nutres: te centras. Te vuelves menos reactivo. Más estable. Más libre.
En los momentos de crisis, no somos lo que sabemos, somos lo que practicamos. Y eso se nota enseguida. El que ha construido una vida basada en la sencillez y en el respeto por los ritmos naturales no se desespera cuando el sistema se cae un rato. Espera. Respira. Actúa desde la calma.
Mientras muchos corrían por el supermercado como si el mundo se acabara, yo pensaba en lo que realmente significa vivir bien. No se trata de acumular ni de blindarse contra todos los escenarios posibles. Se trata de vivir en armonía, de construir una vida que no dependa de tantas cosas externas.
Hace años, yo también me habría puesto nervioso ante un apagón. Me habrían faltado velas, comida adecuada, previsión. Pero el camino que hemos elegido con Carolina no es solo una forma de alimentarnos. Es una forma de pensar, de estar en el mundo. Y eso, en momentos como este, se nota. La energía no está solo en el enchufe. Está en cada célula del cuerpo, en cada respiración, en cada pensamiento. Y cuando todo se apaga afuera, lo que importa es la luz que llevas dentro.
No pretendo con esto dar lecciones. Solo compartir una experiencia. Porque sé que muchas personas sintieron miedo, incomodidad, incertidumbre. Y sé también que el cambio comienza con una decisión pequeña. Un gesto cotidiano. Un plato de arroz. Un frasco de pickles fermentando en un rincón de la cocina. Una vela encendida no solo para iluminar, sino para recordar lo simple que puede ser todo si aprendemos a mirar de otra forma.
No sé si viviremos más apagones. No lo deseo. Pero sé que vivir preparado no significa vivir asustado. Significa vivir alineado. Elegir lo esencial. Apostar por lo que permanece cuando todo lo demás se tambalea.
La macrobiótica, para mí, es eso: un refugio. Un lugar interior al que volver. Un espacio de coherencia en medio del ruido. Una práctica que, además de salud, te da seguridad. Porque cuando sabes cómo alimentarte sin depender de nada ni de nadie, cuando has probado lo que se siente al vivir desde lo simple y lo esencial, ya no te angustia tanto lo que ocurre ahí fuera.
Y así, mientras la nevera deja de funcionar y los móviles se quedan sin batería, tú sigues conectado. Pero conectado de verdad: a la vida, a tu cuerpo, a la tierra, al presente. Ese es el verdadero poder. No el que depende de una central eléctrica, sino el que nace del fuego interno que cada uno cultiva a diario.
Mucha razón y sabiduría hay en tus palabras. Hace tiempo que te sigo y que empecé a cambiar mi alimentación. Introduh nuevos cereales, dejé de comer procesados, dejé el pan de trigo y los cambios han sido notables. En el apagón me sentí sostenida quizás por eso que dices que estamos más presentes y conscientes. Más alejados de la dependencia de lo externo y recuperando el conocimiento ancestral de vivir en simplicidad. Gracias por compartir tu sabiduría y conocimiento porque al menos en mi estilo de vida has impactado. Bendiciones para toda tu familia.
Hola familia de gigantes!
Tengo una pregunta para ti Mariano.
Que harías si se va la luz y cortan el suministro de gas durante 1 semana????
Gracias por impartir sabiduría para que vivamos más sanos, tranquilos y amables!
☯️
Um fuerte abrazo familia!
Hola familia!!!! Quienes seguimos este estilo de vida, tenemos en casa una cocina de gas y hornillos de camping-gas. Los compré porque la vitro es un completo atraso si pasa lo que pasó. Comparto todo lo que dices y hay que fomentar más el consumo de alimentos con vida como los descritos anteriormente y hacer de una vez por todas LA REVOLUCIÓN BIOLÓGICA que enseña la Macrobiótica. Un fuerte abrazo
Hermosas y bellas palabras. Gracias, gracias, gracias 🙂 bendiciones infinitas para todos. Los seguimos desde sus inicios y son una luz en nuestro camino 😉 abrazo!!
Muy inteligente lo que pusiiste.estas crisis energeticas y otras aparecen cuando el ser humano se ha desconectado tanto de nuestras raices.de nuestro oriden.Cada dia estamos mas condicionados. Conmas inseguridades.miedis.fragilidad de todo tipo.
Cuanto nos falta DESPERTAR para darnos cuenta que la mesa esta servida y todavia no nos dimos cuenta.
Me encantan tus reflexiones.tu mirada de la realidad.te abrazo y agradezco..