Hay días en los que basta con observar cómo hierve el agua para entenderlo todo.
Una mano que enciende el fuego, una tetera que canta, unas hojas que reposan. Todo eso, a simple vista, parece apenas una rutina doméstica. Pero si estás presente, si de verdad estás ahí, sin pantallas ni distracciones, descubres que ese momento —preparar un té— puede convertirse en una puerta a lo sagrado.
Cuando cocinas con atención, no cocinas solo alimentos: cocinas tu carácter. En la forma en que cortas una verdura o sirves una taza de arroz, estás revelando tu manera de estar en el mundo. Si haces las cosas con prisa, sin alma, si te dejas arrastrar por el ruido mental mientras el cuchillo va y viene, estás viviendo una vida a medias. ¿Cuántas veces te cortaste cocinando? Yo, cada vez que no estaba presente.
Algunos creen que caminar mientras escuchan un podcast es aprovechar el tiempo. Yo creo que es escaparse de uno mismo. No hay nada que escuchar si no sabes oír el silencio. No hay nada que aprender si no sabes observar la flor que se abre o el vapor que se eleva de tu taza de té. En esa flor, en ese vapor, está la enseñanza.
Júpiter gira en su eje mientras tú cortas una cebolla. Un abrazo tuyo vibra a kilómetros de distancia y agita el mar. No lo digo en sentido figurado: lo digo porque lo creo. Todo está conectado. La armonía del universo pulsa en cada instante, y solo cuando bajamos el volumen del mundo podemos empezar a sentirla.
No se trata de romantizar lo cotidiano, se trata de experimentarlo con una intensidad serena. Sin prisas, sin distracción, sin esa adicción por llenar cada vacío con estímulos. Vivimos saturados, mecánicos, tratando de completar tareas para sentir que valemos algo. Pero en esa carrera solo perdemos lo más valioso: la experiencia directa del momento presente.
Por eso insisto tanto en los hábitos, en las pequeñas acciones diarias. No para convertir la vida en una rutina de autoayuda, sino porque es ahí donde se construye la conciencia. Con cada grano de arroz, con cada sorbo de té, te vas puliendo. La pureza no está en lo exótico ni en lo grandioso, está en la atención que pones al servir un plato.
Practicar la macrobiótica es, para mí, eso: una vía para volver al centro. Para dejar de perseguir el placer sensorio —esa avidez que nunca se sacia— y empezar a habitar un espacio de contento interior, de equilibrio real. En lo simple está la grandeza. En los alimentos puros, el acceso al equilibrio yin-yang que nos sana y nos afina.
Por eso, la próxima vez que cocines o prepares un té, no pongas música, no pienses en lo que viene después. Sé el cuchillo. Sé el fuego. Sé el té.
Lleva la calma a tus manos para ser tú la calma. Camina sin ruido. Corta con precisión y con firmeza. Abandona el ansia de llenar la mente. Porque ahí, en esa quietud, en ese silencio lleno, el infinito se asoma. Y si estás atento, puede que llegues a sentirlo respirando contigo.
Hola, más que el audio que comenta tu blog me ha gustado leerte… Al igual que cuando te escucho… Gracias…
Excelente observación, nos falta mucho más de eso que comentas. Hacer de las cosas realmentes importantes Un Ritual: ritual del té, ritual para irnos a descansar, etc. Hacer de cada pequeño detalle un ritual propio. Habitarnos,sentirnos,escucharnos con amor y autocompasión
Gracias, gracias, gracias Mariano.
El leerte es sentirte. Es suficiente. El audio no está en el mismo nivel de onda
Gracias Mariano sanos consejos hechos con el corazon.me
Hola Mariano! que cierto tus palabras, cuantas veces cocinamos sin conciencia de lo que hacemos
Gracias
Si gracias
Me encanto .Cuanta sabiduría revelada¡¡¡
Excelente Mariano, cada vez paso más tiempo en mi cocina, en mi laboratorio y me propongo todo lo que mencionas…muchas gracias!!