En nuestro viaje por la vida, pasamos gran parte del tiempo intentando resolverlo todo, buscando que todo encaje, que todo tenga sentido, que cada pieza del rompecabezas esté en su lugar. Pero, ¿qué ocurre cuando por fin creemos haberlo conseguido? Si llegamos a la madurez con la sensación de que todo está resuelto, a menudo nos sorprende un vacío inesperado, una nostalgia por la juventud, por la sensación de tener todo por descubrir, por esa chispa de la incertidumbre que nos mantenía vivos.
Es curioso cómo funciona la mente humana: cuando somos jóvenes ansiamos estabilidad y certezas; cuando alcanzamos la estabilidad, añoramos la frescura del camino incierto. Tal vez la clave no esté en buscar que todo encaje, sino en aprender a disfrutar de cada etapa como lo que realmente es: una oportunidad para seguir aprendiendo, creciendo, transformándonos.
Cada día nos brinda una lección nueva. Y aquí está la esencia del bienestar: si no aprendemos a experimentar plenamente el presente, nos pasaremos la vida entre la nostalgia del pasado y la ansiedad por el futuro, sin habitar realmente nuestra propia existencia. El presente no es algo conceptual, no es una idea filosófica que podamos entender con la mente. Es una experiencia, una vivencia que solo se revela cuando nos entregamos a ella sin distracciones.
El presente se experimenta o no se experimenta, se está o no se está. Es una respiración sentida con plenitud, una comida saboreada con gratitud, un abrazo que se da con el corazón abierto. Cada instante nos ofrece la posibilidad de estar en presencia, de vivir con consciencia, pero muchas veces lo desperdiciamos, atrapados en pensamientos ajenos al aquí y ahora, preocupados por lo que fue o por lo que vendrá.
Nuestra alimentación juega un papel fundamental en este proceso. No es casualidad que Buda recomendara el arroz integral o que Jesús bendijera el pan elaborado con grano entero. Alimentos enteros para lograr mentes íntegras y entrar así al Reino de los Cielos. ¿Muy simbólico verdad?
Cereales completos que nos conectan con la totalidad de la existencia, que nos centran, que nos enraízan en el presente y preparan el cuerpo para la comunión con la realidad tal como es. Un alimento refinado es un alimento mutilado, sin esencia, sin vitalidad. Lo mismo ocurre con nuestras mentes cuando nos alimentamos de estímulos caóticos y fragmentados, cuando consumimos información superficial, cuando llenamos nuestro cuerpo de productos sin vida.
Al igual que nuestra respiración y nuestros pensamientos, la calidad de lo que comemos moldea nuestra experiencia de la vida. Si los cereales enteros nos conectan con la totalidad, ¿por qué no recuperar el arte de hacer nuestro propio pan? Un pan real, sin aditivos ni harinas refinadas, elaborado con ingredientes que nutren tanto el cuerpo como la mente. Aprender a hacer pan con nuestras propias manos no es solo una cuestión de salud, sino una forma de recuperar la relación con lo esencial.
Por eso me animé a compartir con vosotros mi taller online sobre panes saludables en donde enseño cómo preparar pan integral con y sin gluten de manera sencilla y consciente, integrando este alimento sagrado en nuestra vida cotidiana. Así lo hago en casa y así lo enseño a todo el mundo.
La respiración también es clave en este equilibrio. Hay una respiración que nos calma, que nos devuelve al instante presente, y hay una respiración que nos acelera, que nos desconecta y nos llena de ansiedad. Lo mismo pasa con los alimentos: hay aquellos que nos dan paz y claridad mental, y aquellos que nos alteran, que nos roban la energía y nos empujan a vivir en un estado de agitación constante. Si queremos experimentar la realidad con serenidad y profundidad, necesitamos cuidar tanto lo que entra por nuestra boca como lo que entra por nuestros pulmones.
Para integrar esta práctica en la vida cotidiana, propongo un ritual simple pero poderoso: hacer tres comidas conscientes al día. ´
Antes del primer bocado, detente un momento. Haz dos o tres respiraciones profundas, sin forzar, dejándolas fluir libremente, pero más largas de lo habitual. Prueba la técnica 3-4-1 (tres segundos inhalando, cuatro exhalando y uno reteniendo). Esta respiración calma el sistema nervioso y le indica al cuerpo que todo está bien.
Acompaña este proceso con una sonrisa. Sí, sonreír antes de comer. No como un gesto vacío, sino como un mensaje a tu cuerpo: estoy en paz, estoy a salvo, estoy presente. Cuando vivimos en estado de estrés, nuestro rostro refleja tensión, preocupación, rigidez. Pero una simple sonrisa puede cambiar la señal que enviamos a nuestro sistema, ayudándonos a entrar en un estado de relajación profunda, favoreciendo la digestión y permitiendo que los nutrientes se asimilen mejor.
Este es el tipo de alimentación consciente que practico y enseño. No se trata de contar calorías ni de obsesionarse con separar proteínas e hidratos de carbono. Ese es el enfoque de una mente científica, materialista, mecánica. Pero la alimentación es algo mucho más profundo. Es vibración, es energía, es una relación sagrada con la tierra y con nuestro propio cuerpo. Comer con conciencia es nutrirnos a un nivel más allá de lo físico: es darle a nuestro organismo y a nuestra mente los recursos para vivir en equilibrio.
Cada día es una oportunidad para aprender, para crecer, para habitar el presente con plenitud. Tal vez la pregunta no sea qué podemos cambiar en nuestras vidas, sino cómo podemos empezar a vivir lo que ya está aquí, en este preciso instante.
muy bueno mariano gracias. yo me apunté al taller y me encanto, todavia me quedan algunas recetas por hacer,muy completo,me encanta hacer varios tipos de panes bueno que no tienen nada que ver con los panes que nos venden que son un veneno gracias maestro
Bueno tal vez haya que hacer varios rompecabezas hasta el infinito. Gracias por tus recetas son fantásticas, intentaré hacer la masa madre cuando haga más calor. Mil gracias.
Gracias Mariano