Cuando miro atrás y observo mi historia, me doy cuenta de que mi propia vida ha sido un reflejo perfecto de lo que enseña la macrobiótica. Durante años viví en una condición profundamente yin, y sin saberlo, mi alimentación me mantenía en un estado de salud frágil, una mente dispersa y emociones inestables.
Lo curioso es que, en aquel entonces, yo no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo. Mi alimentación estaba llena de lácteos, azúcar, cereales refinados, frutas y dulces. En apariencia, comía lo que se consideraba “normal”, lo que cualquier niño o adolescente solía consumir sin cuestionarse demasiado. Pero mi cuerpo me estaba dando señales evidentes de que algo no estaba bien.
Recuerdo perfectamente cómo las hemorragias nasales eran parte de mi día a día. Mis capilares, demasiado expandidos por el exceso de yin, eran tan frágiles que cualquier roce o mínimo golpe provocaba un sangrado incontrolable. Desde pequeño, llevaba siempre conmigo agua oxigenada y algodón, porque en cualquier momento, en la escuela, en el autobús, jugando con mis amigos o estando con una chica que me gustaba, podía empezar a sangrar sin previo aviso. Era incómodo, limitante y, sobre todo, me hacía sentir enfermo y acomplejado, como si mi cuerpo no pudiera sostenerse a sí mismo.
Los médicos, con toda la autoridad de la ciencia y la industria farmacéutica detrás, me ofrecieron una solución: quemar los capilares. Les encanta cortar, romper y tirar a la basura las vísceras y todo aquello lo que no funciona. Esa es su sabiduría curativa: aplicar la violencia contra el propio cuerpo.
«Cauterización», le llamaban a quemar el interior de la nariz, como si el problema pudiera resolverse simplemente eliminando el síntoma. Y en ese momento, como cualquier persona que confía en la medicina convencional, pensé que era la única alternativa. Afortunadamente, el destino tenía otros planes para mí.
Descubrir la macrobiótica fue como abrir una puerta a un mundo que hasta entonces había permanecido oculto para mí. Durante más de veinte años, la medicina convencional no encontró una solución real a mi problema; solo ofrecía paliativos, parches temporales o procedimientos invasivos. Pero en cuestión de semanas, sin fármacos, sin intervenciones drásticas, sin quemaduras, mi cuerpo encontró el equilibrio que tanto necesitaba, simplemente cambiando mi alimentación.
Fue entonces cuando comprendí el poder de la proporción energética de los alimentos, cómo cada elección en el plato influye en nuestro bienestar, cómo el balance entre lo yin y lo yang no es solo una teoría, sino una realidad palpable en el cuerpo y la mente. Y así, casi sin darme cuenta, las hemorragias que habían condicionado mi vida durante años desaparecieron. Fue como si, por fin, mi organismo hubiese recibido lo que siempre había estado buscando: armonía.
Pero no solo fue eso. También sufría de asma, otra manifestación de una condición demasiado yin. Quienes han padecido asma saben lo desesperante que es sentir que el aire no llega, que respirar se convierte en una batalla constante. Recuerdo los ataques de asma como si fuera ayer, porque era apenas un niño y no entendía lo que me pasaba: el pecho cerrado, la sensación de estar atrapado en mi propio cuerpo, el intento desesperado de tomar aire, como si estuviera tratando de respirar a través de una pajita después de haber corrido intensamente. Durante años creí que sería así para siempre, que necesitaría inhaladores y medicamentos toda la vida.
Y, sin embargo, la misma alimentación que equilibró mi sangre también equilibró mi respiración. Al encontrar la proporción correcta de alimentos en mi dieta, mi sistema respiratorio empezó a funcionar mejor. El asma desapareció. Mi cuerpo dejó de ser un campo de batalla y se convirtió en un espacio de armonía. Y con ello, mi mente también cambió.
¿Cómo no voy a amar la macrobiótica si ha sido (y sigue siendo) mi gran salvavidas?
Porque lo que comemos no solo edifica nuestro cuerpo, sino que también esculpe nuestra manera de pensar y sentir. Durante años de una alimentación excesivamente yin, mi mente se volvió frágil, llena de dudas, inseguridades y miedos que parecían surgir de la nada. Era introvertido, con estados de ánimo inestables que no comprendía en ese momento. Recuerdo que una novia que tuve solía señalar mis cambios emocionales repentinos, y yo no sabía a qué se debía. Ahora lo veo con claridad: mi alimentación no solo afectaba mi salud física, sino también mi mundo interno.
Años más tarde, cuando empecé a alimentarme con cereales integrales, verduras cocidas, legumbres y alimentos equilibrados, noté que mi forma de pensar se organizaba, que mis emociones eran más estables, que ya no me sentía arrastrado por el miedo y la duda.
Desde entonces, mi misión ha sido compartir este conocimiento con el mundo. Porque la alimentación no es solo una cuestión de salud física, sino de equilibrio integral. No basta con hacer recetas saludables o eliminar el azúcar de la dieta sin entender por qué lo hacemos. Como decía George Ohsawa: «Teoría sin práctica es inútil, práctica sin teoría es peligrosa». No se trata de seguir una moda o adoptar hábitos saludables de forma superficial, sino de integrar esta sabiduría en nuestra vida diaria, de entender realmente cómo cada alimento que ponemos en nuestro plato nos moldea por dentro y por fuera.
Y en este camino, la proporción es la clave. Nuestra condición natural de salud es un estado ligeramente yang: ni demasiado yin ni demasiado yang. Alimentarnos correctamente significa alimentar nuestro equilibrio óptimo, preparar los alimentos y sus proporciones según lo que necesitamos para estar bien física y mentalmente. Porque si comemos demasiado yang, nuestra mente se vuelve rígida, materialista, enfocada solo en lo tangible y lo práctico. Y si comemos demasiado yin, nuestra mente se dispersa, nos volvemos frágiles e inestables. El equilibrio está en el punto medio.
Cuando encuentras la proporción correcta, la vida cambia de una manera que jamás imaginaste. No es solo que tu cuerpo funcione mejor, sino que sientes una energía interior que te impulsa, un fuego vital que hace que cada mañana te levantes con ganas de comerte el mundo. Ya no te arrastras fuera de la cama esperando que el café haga su magia para despertarte, sino que abres los ojos con entusiasmo, sin necesidad de estimulantes, sin ese cansancio pegajoso que parece no irse nunca. Sientes un contento inexplicable, una especie de alegría serena que no depende de nada externo, simplemente está ahí, acompañándote en cada respiración.
No temes al frío. No temes a nada. Caminas bajo la lluvia sin temer enfermar, porque tu sistema inmunológico está fuerte y equilibrado. Cuando llega un problema, en lugar de paralizarte o buscar escapatorias, lo afrontas con determinación. Ya no te hundes en la queja ni buscas culpables, simplemente avanzas. Resuelves un desafío y, en lugar de buscar descanso en distracciones vacías, buscas el siguiente reto, porque cada obstáculo superado te da más energía, más confianza, más claridad.
Empiezas a sentirte más creativo. No importa si trabajas en arte, educación, salud o en cualquier otro campo, la creatividad se activa en todos los aspectos de la vida. Surgen ideas nuevas, conexiones que antes no veías. Quieres compartir lo que aprendes, te nace la necesidad de ayudar a otros, de transmitir lo que has descubierto. Y lo más increíble es que la gente empieza a notarlo: te dicen que te ven más vital, más despierto, más presente. Te buscan porque transmites algo que no se puede fingir: bienestar real.
Las relaciones cambian también. Dejas de necesitar el alcohol para desinhibirte en una reunión social, porque ya no sientes ansiedad en los encuentros con otras personas. Estás presente, escuchas con atención, disfrutas la compañía sin la necesidad de una copa para relajarte. Las conversaciones se hacen más profundas, más significativas. La vida en general se siente más conectada, más alineada con lo que verdaderamente eres.
Y quizás lo más hermoso de todo es que empiezas a ver con claridad para qué estás en este mundo. No como un concepto abstracto, sino como una certeza que nace del interior. Encuentras tu propósito, aquello que resuena contigo, que da sentido a cada día. No necesitas buscar motivación en frases inspiracionales ni en promesas de éxito externo, porque el simple hecho de vivir en equilibrio ya te da toda la motivación que necesitas.
Este estado no es magia ni un privilegio de unos pocos. Es el resultado de un cuerpo y una mente funcionando en armonía, sin interferencias, sin excesos ni carencias. Cuando encuentras la proporción correcta, te das cuenta de que no necesitas suplementos, ni pastillas para dormir, ni cafeína para mantenerte alerta. El cuerpo se regula solo, la mente se despeja, y la vida, simplemente, fluye.
Pero, ¿cómo encontrar ese equilibrio perfecto para nosotros? ¿Cómo hallar la proporción correcta? No podemos tomar a la ligera las dos energías que ordenan el universo, tenemos que aprender a usarlas. Porque Yin y Yang siempre están ahí, en todas partes. Aprendemos tantas cosas que no sirven para mucho y descuidamos el aprendizaje significativo para la vida, aquello que realmente nos hace bien. Nos enseñan matemáticas avanzadas, teorías complejas y datos que jamás aplicaremos, pero nadie nos enseña cómo alimentarnos en armonía con nuestra naturaleza, cómo respirar correctamente para calmar la mente o cómo observar nuestro estado interno para saber qué necesitamos en cada momento. El equilibrio no es cuestión de suerte, sino de comprensión. Y cuando entendemos cómo cada alimento, cada respiración y cada hábito afectan nuestro cuerpo y nuestra mente, entonces podemos elegir conscientemente lo que nos acerca a nuestro bienestar real.
Por eso, en Camino al Bienestar, lo que propongo no es una dieta estricta ni un cambio forzado, sino una manera de vivir que nos ayude a encontrar nuestro propio balance, con cambios progresivos, sin lucha, con consciencia. Porque cuando aprendemos a encontrar nuestra proporción ideal, dejamos de ser esclavos de la comida, de nuestras emociones y de nuestra mente desordenada. Y, en su lugar, empezamos a experimentar lo que realmente significa estar en armonía con la vida.
Wuauuuuu Mariano!
Sabía tu historia, aunque leer el escrito, me ha vuelto a puesto el bello de punta.
Yo sigo intentando que mi familia comulgue de la salud infinita, aunque aún están totalmente cerrados a ello.
Esto se me hace muy cuesta arriba porque sigo comiendo diferente a ellos y eso no es sano para mi mente.
Pues muchas veces comemos a destiempo por tener que hacer tantas elaboraciones.
En fin, el tiempo lo pone todo en su sitio.
Gracias familia de guapos por enseñar vuestra filosofía de vida.
Hacéis el mundo mucho más bonito de lo que és.
Namasté para todos ☯️
Me gustaría
Me gusta como escribes, lo que transmites, y entiendo el tema de la alimentación porque cambié casi drásticamente aquellos alimentos que no funcionaban en mi.
Luego se nota en todo. Llevo alimentación semi macrobiótica hace años pero como algo de carne y pescado y cuando me salgo. Plof aterrizo.
Ole que arte tienen tus palabras. Como transmites esa profundidad de la macrobiótica. Que bonito seria encontrar eso que dices. Ese equilibrio que necesita nuestro cuerpo para que fluya. Dejar de ser es laboa de oa comida , de nuestras emociones y de nuestra mente desordenada. Si tienes esas armas no dejes nunca de enseñárnosla. La necesitamos para existir.
Gracias por estar ahí el mundo necesita gente como tú. Gracias. Gracias!!