Existe una conexión profunda entre los alimentos y nuestro bienestar físico y emocional. No es una frase bonita: es un hecho que se puede experimentar cada día.
La dieta macrobiótica se apoya en lo simple: cereales integrales, legumbres, verduras, semillas, frutos secos, algas y, en algunas ocasiones, pescado. Se desaconsejan, en cambio, los productos y sustancias químicas que agreden nuestro templo físico e impiden que brillemos como podríamos hacerlo. En otras palabras: comemos natural y equilibrado.
Y aquí surge la pregunta: ¿cómo se cocina el Yin y el Yang? Aunque suene místico, no es tan complicado. Lo difícil no es entender la teoría, sino llevarla a la práctica. La teoría sin práctica es inútil; la práctica sin teoría, peligrosa.
El primer paso es cambiar los alimentos que nos acompañaban hasta ahora y empezar a cocinar recetas macrobióticas sencillas, como unas hamburguesas de mijo, que sorprenden por lo deliciosas que son. Poco a poco también vamos cambiando hábitos autodestructivos por otros revitalizantes. Y con eso, la salud comienza a transformarse.
Con el tiempo, ya no necesitamos medicamentos, azúcar, alcohol ni cafeína. No porque alguien nos los prohíba, sino porque dejan de tener sentido. Comprendemos que esos extremos nos hacían daño, que los usábamos para compensar un desorden interno. Cuando encontramos equilibrio, esos estímulos pierden poder.
Entonces surge algo nuevo: armonía, paz mental, fuerza física. Pero dentro de nosotros aparece también la inquietud de dar un paso más: comprender el Yin y el Yang. Muchos salen corriendo en este punto —“¡eso es demasiado complicado!”—, pero en realidad, si se sabe enseñar, hasta un niño puede entenderlo. Y aplicarlo.
Entender cómo funcionan estas energías cambia la vida. Para mí fue un momento crucial. Me permitió dejar de repetir recetas estandarizadas y comenzar a crear mi camino. Elegir cada palabra, cada acto, cada pensamiento, cada ingrediente y cada bocado de acuerdo a lo que necesitaba en cada momento. Es decir: empezar a vivir con más consciencia y responsabilidad.
Ese es, en realidad, el gran poder de la macrobiótica: nos hace libres, responsables y despiertos. Si hace frío, sé qué alimentos me equilibran. Si me siento triste, comprendo qué he comido que me ha llevado a ese estado y cómo volver a la calma. Si necesito concentración para un gran desafío, sé qué alimentos me enfocan. Y si necesito relajarme, no busco alcohol, dulces ni televisión basura: busco la cena adecuada.
El vínculo entre cuerpo y mente es profundo. El miedo, la frustración, la ansiedad o la decepción dañan el corazón. Por eso vivimos menos de cien años: porque el corazón no soporta tanta carga emocional cuando no sabemos sanarla. Y los estudios lo confirman: la ira y la tensión mantenidas en el tiempo generan hipertensión, dolores de cabeza, disminución de la inmunidad e incluso ataques de corazón.
No podemos evitar sentir emociones negativas a corto plazo, eso es humano. El problema surge cuando las ignoramos y se enquistan durante meses, años o toda una vida. Para sanar necesitamos aprender a perdonar, a los demás y a nosotros mismos.
Ahora bien, si a esa tensión emocional crónica añadimos alimentos extremos, el resultado es una tormenta perfecta. Alimentos muy yang, por ejemplo, endurecen arterias y tejidos, bloquean la energía y aumentan la rigidez interna. Y un cuerpo rígido no puede expresar perdón, flexibilidad ni apertura. No puede canalizar la energía sutil que debería entrar por la coronilla.
Por eso, cualquier proceso de sanación emocional necesita acompañarse de la comprensión del Yin y el Yang. Saber qué alimentos tensan y cuáles flexibilizan —como las algas marinas— puede ser la diferencia entre estancarse o abrirse a la vida. Cuerpo, mente y espíritu no son piezas separadas: forman un mismo tejido.
¿Ves por qué no da igual lo que comemos? Cada bocado no solo influye en nuestra fisiología, también en nuestras emociones.
Te invito a recordar estas frases:
- Así como comes… piensas, actúas y vives.
- Eres lo que comes.
- Como es adentro es afuera.
- Que el alimento sea tu medicina, y tu medicina, el alimento.
Si alguna vez pasas unos días comiendo solo arroz integral, masticando con calma, comprenderás con una lucidez distinta la fuerza de estas palabras. Para entender de verdad, primero hay que “sutilizar” el cuerpo. Solo así la mente se abre a comprender lo esencial.












































Gracias por este artículo, Mariano. Soy Conchi, tu alumna. Antes tomaba cafe varias veces al día porque sentía que sin eso no podía concentrarme. Cuando estudié contigo seguí tu consejo y pensé que no iba a poder dejarlo. Pero poco a poco me di cuenta de que no lo necesitaba. Ahora tengo más claridad mental, mas energia estable y ya no sufro esos bajones que me dejaban agotada. Nunca imaginé que un cambio tan simple pudiera transformar tanto. No fue facil pero gracias a tus consejos. Siempre agradecida ya sabes.
Estoy muy de acuerdo con lo que dices. Estoy interesada en comprender el yin y el yang para saber en cada momento cómo estoy y que necesito. Y en:”vivere parvo”.
Hola Mariano, me ha encantado el artículo. Me da fuerzas para seguir avanzando, por ahí la presión diaria influye mucho pero si uno está realmente decidido a hacer el cambio, se puede. ¿Cómo llevas el tema social con este tipo de alimentación? yo tiendo a ser solitaria pero hay gente que no puede sostener estar en silencio todo el día y no ver gente. Y a veces en esas juntadas hay demasiado estímulo para comer tranquilo, pausado. ¿Qué piensas? ¿algún tip? bendiciones!
Buenos días. Muy interesante la información y muchas gracias por compartirla……
Gracias Mariano. Te sigo hace tiempo y me aportas mucho bien.
No puedo por ahora apuntarme a tus clases por motivos de horario .
Pero te seguiré.
Gracias de nuevo