Hay momentos en los que sentimos un hueco en el pecho, como si nos faltara algo que no sabemos nombrar. Y entonces buscamos… algo.
Un trozo de chocolate.
Un nuevo objetivo.
Una serie de Netflix, una compra online, una relación intensa o una tostada más (por si acaso).
Pero lo curioso es que ese algo nunca llena del todo. Al contrario, parece agrandar el hueco. ¿Por qué?
El hambre que no es de comida
Desde la psicología humanista, se diría que detrás de cada impulso hay una necesidad no reconocida de amor, conexión o sentido.
Carl Rogers lo llamaba la búsqueda de autenticidad. Viktor Frankl hablaba del vacío existencial, esa sensación de vivir sin un “para qué”.
Y Jung decía que, cuando el alma tiene hambre, el cuerpo busca dulces.
Así que no, no eres débil por comer una tableta de chocolate después de un día de estrés. Solo estás tratando de recordar quién eres, aunque el cacao no siempre tenga la respuesta.
Cuando el cerebro se engancha
La neurobiología lo explica con más cables y menos poesía. Cada vez que recibimos un estímulo agradable —comer, comprar, revisar el móvil— el cerebro libera dopamina, ese mensajero químico de la recompensa.
Y como buen alumno que somos, aprendemos rápido: “Esto me da alivio”.
El problema es que el alivio dura poco. Luego llega el bajón y el vacío parece mayor. Entonces repetimos.
La adicción no es al placer, sino al alivio del dolor.
El deseo que nunca se sacia
El budismo lo llama tanha, la sed insaciable. Esa sed nace del olvido: creer que algo externo puede completar lo que ya somos.
Cuando no vemos nuestra naturaleza plena, aparece el apego.
Thich Nhat Hanh decía: “No busques lo que ya tienes”. Pero claro, el supermercado no vende iluminación, así que seguimos buscando.
La práctica de la atención plena nos ayuda a observar el deseo sin correr detrás de él.
Solo sentarse, respirar, y ver pasar el impulso como una ola que llega y se va.
Yin, yang y vacíos energéticos
En la macrobiótica, los apegos se entienden también como desequilibrios de energía.
Demasiado yang (tensión, control, rigidez) y el cuerpo pide compensación yin: dulces, alcohol, distracción.
Demasiado yin (pasividad, dispersión, frío) y buscamos yang: sal, carne, intensidad.
Por eso los hábitos alimenticios reflejan, como un espejo, nuestras carencias emocionales.
Cuando la energía vital fluye equilibrada, no hay necesidad de llenar nada: uno se siente completo.
El cuerpo tranquilo no pide azúcar; pide presencia.
El vacío como puerta
En la alquimia interior, el vacío no es un error, sino el inicio del proceso.
El alquimista lo llamaba nigredo: la oscuridad previa a la luz.
Ese hueco que tanto evitamos es, en realidad, una invitación a escucharnos.
Cada adicción o apego es una necesidad sagrada distorsionada:
- La gula busca nutrición emocional.
- El control busca seguridad.
- La hiperactividad busca descanso interior.
Si en lugar de huir del vacío nos sentamos junto a él, poco a poco se convierte en maestro.
Camino de sanación
No se trata de eliminar los deseos, sino de transformar la relación con ellos. Aquí algunas prácticas sencillas para comenzar:
- Observar sin juzgar.
Cuando surja el impulso (“Necesito algo dulce ahora mismo”), haz una pausa. Respira. Pregúntate: “¿Qué intento evitar sintiendo esto?”. A veces no es hambre, es cansancio o tristeza. - Nombrar el vacío.
Escribe en tu diario: “Hoy siento vacío porque…”. Ponerle nombre a la sensación ya es empezar a iluminarla. - Cuidar el cuerpo.
Alimentación equilibrada, descanso real y movimiento diario. No por disciplina, sino por cariño. - Acompañar la soledad.
Apaga el ruido. Da un paseo sin móvil, siéntate a mirar el cielo, escucha tu respiración. Descubrirás que el vacío también respira. - Conectar con algo más grande.
Sirve, crea, comparte. Cocinar para otros, ayudar a un vecino, plantar algo. Dar sentido es la mejor medicina. - Convertir el vacío en templo.
No lo llenes: habítalo. Medita, pinta, canta, escribe. Deja que el silencio te hable.
La transformación empieza cuando dejamos de buscar fuera lo que solo puede florecer dentro.
Pura vida, Namasté.
Mariano.
Gracias Mariano, esto me ayuda a tomar conciencia de mis compulsiones y vicios. No hace falta reprimirse sino ver las causas, por qué pasa lo que pasa… ver para el interior… gracias otra vez.
Gracias, Mariano, por este texto tan honesto. Me hizo reflexionar sobre cuántas veces busco llenar ese vacío con cosas externas… sin darme cuenta de ello.
Bonitas reflexiones
Verdad Mariano a veces sientes ese vacio y vas directa a la nevera. Aunque sabes que realmente no es hambre. Es bonito eso que dices, pararnos meditar y dejar que el silencio nos hable, una invitación a escucharnos.
Muchas gracias por esta reflexión para ayudarnos a sanar esos vacíos y adicciones.
Gracias Mariano!!
Mariano mil bendiciones este texto nos lleva a descubrir los vacíos y a encontrar la causa en lugares equivocados, es hermoso encontrar en el silencio la respuesta que necesitamos
Mil bendiciones por esta fracción de Camino a la Sanación